Evangelio
El Evangelio es la buena noticia de la salvación que Dios ofrece a través de su Hijo, Jesucristo. Nos enseña que, aunque somos pecadores y estamos separados de Dios, Su amor es tan grande que envió a Jesús para vivir una vida perfecta, morir en la cruz por nuestros pecados y resucitar al tercer día, dándonos esperanza de vida eterna, perdón, paz y una relación con nuestro Creador.
El Carácter de Dios
El sacrificio de Jesús por el pecado fue necesario por causa de quién es Dios y lo que el hombre ha hecho.
Dios es amor: Su amor le mueve a libremente y generosamente darse a Sí Mismo por el beneficio o bienestar de otros (1 Juan 4:8; Salmos 103:8); Dios es Santo: El está sobre toda Su creación y es totalmente distinto de cada ser creado. Él está “sobre” o “separado” de la corrupción moral de Su creación y de todo lo que es profano o pecaminoso. Dios no puede ser tentado, no puede pecar, no puede aprobar el pecado, y no puede tener compañerismo con el pecado (Isaías 6:3; Salmos 5:4)); Dios es Justo: El siempre actúa de una manera que es consistente con quien es. No hay nada malo o incorrecto en cuanto a la naturaleza o las obras de Dios. Él nunca será o hará nada que justificara una acusación de maldad contra Él. Sus obras, decretos y juicios son absolutamente perfectos (Sal. 11:7; Deut. 32:4).
El Carácter de la Humanidad
En Su justicia, Dios condenó la humanidad y demandó satisfacción completa por nuestros crímenes contra Él. Pero, en Su amor, El entró en la humanidad por medio de la encarnación de Cristo, llevó nuestro pecado, sufrió la pena que merecimos, y murió en nuestro lugar.
El mismo Dios cuya justicia demandaba satisfacción por nuestro pecado, hizo satisfacción por medio de ofrecerse a Sí mismo en nuestro lugar. (Jn 3:16; 1 Jn 4:8-10; Jn 15:13).
Jesucristo llevó nuestro pecado: en la cruz, nuestros pecados fueron imputados a Cristo (Is. 53:6; 2 Cor 5:21); Jesucristo fue hecho maldición por nosotros y sufrió el juicio de Dios en nuestro lugar (Gál. 3:10, 13); Jesucristo fue abandonado por Dios en nuestro lugar a causa de nuestro pecado (Is. 59:2; Mt 27:46); Jesucristo sufrió la ira de Dios por nosotros (Jer. 25:15; Mt. 26:39, 42); Jesucristo murió en nuestro lugar (Lc. 23:46; 1 Pe 3:18).
Jesucristo, Nuestro Sustituto
La Resurrección de Jesucristo
Jesucristo no solamente murió por los pecados de Su pueblo, sino que también resucitó de entre los muertos al tercer día.
La resurrección de Jesucristo es el fundamento del cristianismo. Si Cristo no ha resucitado, entonces el evangelio es un mito y nuestra fe es inútil (1 Co 15:14). Si la resurrección de Cristo es un hecho histórico, entonces es la gran evidencia y validación de todo lo que Él declaraba ser y cumplir a favor de nosotros.
La resurrección es la evidencia de que: Jesucristo es el Hijo de Dios (1 Jn 2:18-19; Rom. 1:4); Dios aceptó la muerte de Cristo como paga por nuestros pecados (Rom. 4:25); La futura resurrección del creyente en Cristo (1 Co. 6:14); El mundo tiene un Señor y un Juez (Hch. 2:36; Filip. 2:9-10; Sal. 2:12).
El logro de Jesucristo
Inmediatamente antes de Su muerte, Cristo declaró: “¡Consumado es!” (Jn 19:30). Esta breve declaración fue Su declaración de victoria. Por medio de Su muerte, Cristo logró todo lo que era necesario para la salvación del hombre: Las demandas de la justicia de Dios fueron satisfechas y Su ira fue apaciguada. Ahora Dios puede ser tanto justo como el justificador de los pecadores (Rom. 2:26)
En la cruz de Cristo, “La misericordia y la verdad se encontraron: La justicia y la paz se besaron” (Sal 85:10). Ahora el perdón está disponible a todos por medio de fe en la persona y obra de Cristo.
Nuestra Respuesta a estas Buenas Noticias
Las Escrituras demandan dos cosas de todos los hombres: Que se arrepientan de su pecado y que confíen en la persona y obra de Jesucristo (Marc. 1:15; Hch. 20:20-21).
El arrepentimiento es un cambio de mente, que se evidencia en el reconocimiento y confesión de nuestros pecados (Sal. 51:3-4; Dn. 9:4-5), en un cambio en los pensamientos y conductas dirigidos a hacer la voluntad de Dios, a rechazar el pecado y a acercarnos a Dios en obediencia (Is. 1:16; Mt. 3:8; 1 Tes. 1:9-10).
Creer en Jesucristo es reconocer que nuestra justificación y reconciliación con Dios es el resultado de Su gran obra por nosotros a través de Jesucristo (Gál. 2:16; Rom. 4:4-5; Rom. 11:6; Ef. 2:8-9; Filip. 3:3; Tito 3:5).
La humanidad es moralmente corrupta (Gén. 1:31; Ecl. 7:29); Nuestra corrupción moral interior, nos lleva a cometer actos contra el estándar justo de un Dios santo, justo, y amoroso. Todos nosotros, sin excepción, somos pecadores por naturaleza, por medio de los hechos que hemos cometido. Todos nosotros somos culpables y sin excusa ante Dios (Rom. 3:23; Salmos 130:3), y merecemos la muerte y condenación eterna.
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